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La Espiral de Adviento en las Escuelas Waldorf-Steiner

Más de una vez, nos habremos preguntado sobre el origen de la Espiral de Adviento que tradicionalmente se realiza en las escuelas Waldorf; inquietud que ya ha sido respondida con anterioridad: A mediados de la década de 1950, Helen Eugster (maestra Waldorf de Suiza), publicó en la revista Pedagogía Curativa y Terapia Social, los inicios y la evolución del Jardín de Adviento, hasta convertirse en la Espiral de Adviento que ahora conocemos.
Esto fue lo que publicó:

«El Jardín de Adviento»

El «Jardín de Adviento» era totalmente desconocido. Posiblemente, en 1925 fue cuando la enfermera Gustel Wetzel, de Alemania, trajo consigo esta tradición (de las familias campesinas de Bavaria) al Sonnenhof (un Centro de Educación Curativa en Arlesheim).

En realidad, era una actividad infantil, que consistía en un pequeño jardín de musgo, ramas de pino y velas de diferentes tamaños, con el cual la enfermera ocupaba a sus niños estando todos sentados en el piso del salón, que al mismo tiempo era el dormitorio.

En una ocasión el Dr. Bort (entonces responsable del Centro) entró, y al observar esta actividad, reconoció su importante valor; y animó a todos los maestros del Sonnenhof a que adoptaran su uso para toda la comunidad.

Durante los primeros años en que se inició la elaboración del «Jardín de Adviento», tuvo gran trabajo y cambios en cuanto a su configuración definitiva. Desde luego, muy pronto la forma sensible que conocemos hoy en día, se abrió paso: Lo que al principio era un camino vago, se convirtió en una espiral hacia adentro; las velitas se fijaron en manzanas, adornadas con una pequeña rama cruzada de pino; en el pequeño jardín se colocaron minerales, cristales, florecitas, y las últimas hojas otoñales se distribuyeron en el camino; en el centro había una gran vela y un paño azul decorado con estrellas alrededor de su base. En esta extraordinaria ceremonia, se cantaba una canción compuesta por Edmund Pracht especialmente para tal evento: Über Sterne, über Sonnen (sobre las estrellas, sobre los soles); luego se añadirían narraciones del Paraíso, de María y de los seres elementales.

Con el tiempo, esta ceremonia fue cobrando importancia y notoriedad, y al Sonnenhof empezaron a llegar cartas de educadores y maestros, pidiendo más información sobre «El Jardín de Adviento»; y por esta razón, en 1944 se publicó el siguiente artículo en el Ita Wegman Fondsblatt:

«Celebrando el Adviento con los niños»

La verdadera esencia y participación de las fiestas durante las estaciones del año, son una fuente de alegría para los niños. Tanto más lo es, cuando se trata de un niño con necesidad de cuidado anímico, que requiere ayuda y el correcto acompañamiento para la vida terrenal: exhalar con el alma de la tierra en la plenitud del verano y regresar a través de la decadencia del otoño a la interioridad del invierno; entonces, crecerán en él fuerzas sanadoras que lo enriquecerán.

Esto es precisamente lo que le falta a los niños: encontrar el balance correcto entre inhalar y exhalar, o entre la separación y la reconexión con su cuerpo cada noche; pues posiblemente, sienta un contacto demasiado débil con el mundo físico. Ciertamente siempre será una ayuda saludable para todo niño, el convivir con el círculo anual de fiestas bellas, celebradas con autenticidad.

Hay un domingo tranquilo que se sitúa por una parte, entre la fiesta otoñal, en la que los niños experimentan la maduración y el primer morir de la naturaleza, al escuchar la leyenda de la victoria de Micael sobre el oscuro dragón; y por otra parte, en la íntima Navidad, llena de paz. Ese domingo, es el primer domingo de adviento, que lleva a nuestros niños, con alegría muy especial, al pequeño «Jardín de Adviento».

Fue una enfermera la que nos legó esa costumbre hace muchos años. Ella la aprendió en Alemania y luego la introdujo en el Sonnenhof para los niños del lugar.

La belleza y sabiduría de esta ceremonia fue tan impresionante y convincente, que pronto se convirtió en una celebración a realizarse cada año; y no solamente aquí, sino también en muchos otros lugares.

Este jardincito misterioso, se construye en el interior de la casa, con musgo, adornado con las últimas flores del año y decorado con cristales. Un pequeño caminito lleva a los niños lentamente hacia el centro, donde se encuentra un tanto elevada, la luz de una gran vela. Afuera empieza el crepúsculo y adentro ya está oscuro; solamente la vela ofrece su luz tranquila. En la entrada al jardín hay manzanas con velitas, una para cada niño.

Los niños, primero se sientan silenciosos alrededor del jardín en penumbras para escuchar atentamente el cuento del Paraíso; lugar que también estuvo lleno de luz hasta que los hombres tuvieron que descender a la tierra, donde les envolvía el frío y la oscuridad; hasta la llegada del niño Jesús, quien trajo consigo nuevamente el calor y la luz.

En seguida, la penumbra del jardín también se iluminará con la ayuda de los mismos niños: Uno después de otro, va por el camino hacia el centro, a la luz de la gran vela, para encender en ella su propia velita, y regresará para depositarla a la orilla del sendero; y así, lentamente se ilumina todo el jardín. Mientras esto sucede, se oyen los tiernos sonidos de una lira, que se unen a la atenta mirada y convivencia en la que todos los presenten interiormente participan, acompañando en el camino a cada niño con su vela.

Es una tradición infantil sumamente sencilla, y al mismo tiempo profundamente sabia. Con esta pequeña celebración, se inicia la verdadera interioridad de las semanas previas a la Navidad. La repetición anual de dicha tradición y el ambiente de reverencia y devoción, despierta fuerzas curativas en las almas de los niños y abren sus corazones al bien del mundo.

Mientras caminan con dignidad hacia la luz en el centro, se revela en cada niño una profunda humanidad y rectitud, dones que fueron recibidos en la primera infancia desde el mundo espiritual. Ayudando a traer la luz al jardín, pueden expresar su agradecimiento; y su voluntad de ayudar en el mundo, se fortalece. De este modo, el alma del niño está profundamente satisfecha y llena de esperanza para el futuro.

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Aunque la maestra Helen Eugster comparte sus recuerdos de cómo fue que inició esta tradición, no explica el significado de sus elementos, como: ¿por qué evolucionó hasta tomar forma de una espiral?; o ¿por qué se encienden velas y se colocan en manzanas?; tampoco se explica esto en lo publicado en el boletín de Ita Wegman. Éstas, suelen ser las preguntas que hacemos comúnmente los que vivimos la experiencia de participar en la ceremonia de la Espiral de Adviento.

Para comprender de mejor manera el significado de sus elementos y las imágenes simbólicas que encierran, debemos conocer un poco de las antiguas tradiciones de los pueblos germánicos; tradiciones muy arraigadas, relacionadas con historias de la mitología nórdica.

El solsticio de invierno ha sido un momento muy importante en la historia de las diferentes culturas; en él, suceden batallas entre oscuridad y luz; nacimientos y renacimientos de dioses, y es que este tiene un significado muy importante: el solsticio de invierno es el inicio de nuestro camino de retorno hacia la luz.

Muy antiguamente, los pueblos Celtas de Europa Central, acostumbraban usar árboles para representar a varios de sus Dioses, y cuando los primeros cristianos llegaron al norte de Europa, descubrieron que sus habitantes celebraban en cada solsticio de invierno el nacimiento de Frey (Dios del Sol y la Fertilidad); para esto, dentro de sus casas, decoraban sus salas de estar con ramas de hoja perenne; y en comunidad adornaban un gran árbol de roble con antorchas, que representaban a las estrellas, la luna y el sol; y bailaban alrededor de éste, que era llamado Divino Idrasil o Yggdrasil (Árbol del Universo); del cual, se decía que en su copa se encontraba Asgard (la casa de los Dioses) y en sus raíces profundas Helheim o Hel (el infierno y reino de los muertos).

Posteriormente, extendiéndose el cristianismo y la evangelización de esos pueblos, y luego de entender que existían tradiciones consideradas paganas que no podían desarraigarse tan fácilmente, se buscó empatar las dos. Así, tomaron la idea del árbol para celebrar el nacimiento de Cristo, pero cambiándole totalmente el significado.

Se dice que San Bonifacio, evangelizador de Alemania, fue uno de los promotores de esta mezcla de costumbres; ya que, cuenta la leyenda, fue quien reemplazó uno de los árboles que representaba al Dios Odín por un pino, como símbolo de amor eterno de Dios y vida eterna, para honrar al Dios cristiano, además que la forma de triángulo representa a la Santísima Trinidad. Este árbol, siguiendo la costumbre pagana, también estaba adornado, pero ahora con manzanas como símbolo de la tentación cristiana, y con velas que representaban la luz de Jesucristo: luz del mundo y gracia divina.

Esta costumbre dentro de las casas de tener sólo ramas adornadas con manzanas y velas, eventualmente evolucionó hasta traer árboles enteros dentro de las casas, los cuales eran igualmente decorados con manzanas rojas maduras, pan de jengibre delicioso y flores de seda, para crear la ilusión de un árbol que florece brillantemente en invierno. Conforme pasó el tiempo, las manzanas y las velas, se transformaron en esferas, luces y otros adornos. Como dato, cabe señalar que se cree que el primer árbol de Navidad formal, apareció en Alemania en el año 1605, ya con la mayoría de los elementos que se conocen ahora, y de ahí fue extendiéndose a todo el mundo cristiano.

El solsticio de invierno es un momento de renovación, de cambio y transformación, es el momento perfecto para hacer un pequeño giro en nuestro camino y andarlo de forma más consciente. No solo celebramos la llegada de la luz, también abrazamos la oscuridad. Aceptamos nuestras sombras como parte de la vida.

En la Espiral de Adviento, la vela central representa la estrella más grande que conocemos: el Sol, fuego intenso como los sentimientos que nos inspira. Durante el solsticio, encendemos velas en un acto de fe: reina la oscuridad, pero confiamos en que la luz volverá, y con ella, renaceremos y empezaremos a andar hacia la primavera, estación fecunda.

La Espiral de Adviento, nos reúne para brindar nuestra luz al camino de los demás y de nuestras propias familias.
Es un trayecto en forma de caracol, elaborado con ramas de pino perenne, las cuales representan tanto el mundo vegetal como la vida; mientras recorremos este caminito, experimentamos conscientemente el ir (exhalar) y venir (inhalar) de una manera equilibrada, lo cual aspiramos aplicar en nuestra vida diaria.
En este camino, encontraremos también conchas marinas y piedras, que representan el mundo animal y mineral.
El andar se hace en silencio, con sonidos armoniosos en el ambiente para lograr encontrarnos más con nuestro propio ser interior.

En este trayecto también llevamos manzanas con velas.
La manzana es símbolo de juventud, renovación y perpetuo frescor. En la mitología celta, la manzana era el fruto regenerador y rejuvenecedor; su color rojo representa la voluntad.
La flama de la vela representa la luz interna individual; y juntas, simboliza la voluntad de compartir al mundo nuestra luz individual y única, con renovada fuerza; luz que a su vez, se enciende de la luz central, así como la de todos.
La vela encendida se coloca en el camino de regreso, iluminando de forma simbólica y real, a todos los demás.

Al finalizar, este bello recorrido lleno de imágenes y símbolos de generosidad y calma, ayuda a evitar que estas fechas se conviertan solamente en motivo de consumismo; y en contraste, hagamos estos días de unión, reflexión y tranquilidad.